La primera implicaba hablar de lo complicado que resulta apoyar las
afirmaciones que pregonan que es la familia en la que se encuentran los
vínculos más amorosos y seguros, cuando es precisamente en ella en la que
solemos hallar situaciones más cercanas a las violencias que a tales amores.
La segunda, radicaba en declarar desde la mayor transparencia posible lo que pienso del incesto y de aquellas experiencias clínicas que he vivido al estar en contacto con aquellos que buscan escapar de las violencias, intentando perdonar para olvidar, o bien, planeando venganzas equiparables al daño cometido. He de decir que ambas formas suelen ser ineficaces.
La segunda, radicaba en declarar desde la mayor transparencia posible lo que pienso del incesto y de aquellas experiencias clínicas que he vivido al estar en contacto con aquellos que buscan escapar de las violencias, intentando perdonar para olvidar, o bien, planeando venganzas equiparables al daño cometido. He de decir que ambas formas suelen ser ineficaces.
Elijo la segunda forma e inicio así.
No soy nadie para decir que una mujer no deba enamorarse de su primo o que un
hombre tenga prohibido planear compartir la vida con su hermana.
Me declaro incapaz de colaborar con tales discursos que excluyen y condenan,
olvidando toda singularidad de la experiencia y dictaminando qué es lo correcto
tanto en lo público como en la intimidad que carga con la ilusión de
privacidad. En cambio, me interesan aquellos sitios en los que ocurren
situaciones que escapan a los márgenes.
Aunque el título de mi ponencia podría sugerir que el incesto es un fenómeno sin matices, aquí me centraré en aquellas situaciones que mantienen un fuerte vínculo con las violencias.
I
En una ocasión conocí a una mujer de 40 años a la que en mis recuerdos he
decidido llamarle Fernanda, aprovechando la oportunidad que no muchos tenemos
de rebautizar a las personas que alguna vez conocimos en la práctica clínica,
como mecanismo eficaz que busca respetar la confidencialidad.
Fernanda llegó al consultorio queriendo dejar atrás el abuso sexual que vivió
durante 2 años, tiempo en que su padre fue poco a poco invadiendo sus espacios
individuales, abriendo la puerta de la recámara a escondidas, besando su
mejilla de formas “extrañas”, tocando sus piernas, entrando a su cama tapándole
la boca para que no gritara, diciéndole que la amaba pero que nadie podría
saberlo.
Fernanda decidió llegar al consultorio para abandonar la sensación de estar
desahuciada, y desanudar la confusión que nacía entre la idea de ser
autosuficiente y necesitar apoyo.
De a poco Fernanda
aprendió a mirar el recuerdo, sin tanto miedo. Quien había sido, como ella decía: “el fantasma más gigante", terminó siendo un recuerdo que no dolía tanto.
Un día nos despedimos sabiendo que continuar con la vida, más allá de tales
secuelas era posible. Fernanda cerró su proceso terapéutico con el anhelo de
tener una pareja, viajar y seguir soñando.
II
Poco tiempo después conocí a Mara de 25 años, a quien le dolía más el proceso
de seducción y tocamientos de su hermano, quien la obligó a tener relaciones
sexuales. En aquel entonces, ella tenía 12 años y su hermano 25.
Llegada la octava sesión, invitamos a su abuela para abrir el tema.
Aquella abuela lloró al admitir que sentía mucha culpa por lo ocurrido.
Buscábamos dar un paso más para resolver el pasado, que contrario a lo que
podríamos pensar, también puede modificarse.
El odio que Mara había sentido hacia su abuela, se resolvió luego de varios encuentros.
Mara y su abuela se dieron cuenta que compartían las secuelas del abuso.
La búsqueda psicoterapéutica, implicó que Mara dejara de ejercer violencia
sobre sí misma y de permitirse amar de nuevo. Vi como las secuelas se desvanecieron.
Hoy que les hablo de Mara y Fernanda, siento como si volviera a ocurrir aquella
sensación de querer borrar el pasado. De anhelar que tales violencias no
sucedieran. Algo resonaba de Mara y Fernanda en mi propia vida.
I y II
Algunas cifras nos indican que el incesto ocurre en una edad promedio de
11 años, ocurriendo el primer contacto entre los 6 y los 9 años y el último
entre los 14 y los 16.
Las víctimas suelen no hablar abiertamente del incesto ya que experimentan
vergüenza y culpa que las lleva al aislamiento. Los agresores suelen no ser
sensibles por el daño causado y reaccionan minimizando su responsabilidad. Los
testigos, suelen experimentar negación, culpa y deseos de venganza o de
protección.
Al hablar de incesto, aparece una marca que suele silenciarse, se trate de
testigos o protagonistas.
La respuesta social, a menudo invita a las víctimas a encontrar
resignación, experimentar indefensión y asumir la responsabilidad
completa por no impedir de modo efectivo el incesto, “si no quería porqué se
dejó”.
Esa misma respuesta social es la que desahucia a que los que ejercen violencia.
Escuchamos que “sólo un animal se atrevería a violar a su hija”.
¿Qué ocurre con las madres? Se les juzga como responsables por no impedir el
incesto: “¿dónde estaba esa mamá? Seguramente no quiere a su hija lo suficiente
como para permitir tales atrocidades”.
Distanciándonos de las respuestas sociales, debemos reconocer que tanto los
protagonistas como los testigos, tenemos distintos niveles de responsabilidad.
Los emisores de violencia serán responsables por ejercerla, las víctimas por el
cuidado de sí mismas y los testigos por las redes de protección.
Al abordar el incesto se sugiere reconocer las complejidades éticas, socioculturales,
psicológicas, biológicas y legales. Debemos pensar a los protagonistas y
testigos desde sus contextos, temporalidades y hegemonías.
En algunos casos trabajaremos en la búsqueda por “reparar el daño”, en
otros en los intentos por generar vidas distintas, abandonando las ideas
anteriores que promovían relaciones desde las violencias.
CIERRE
Ahora bien, podríamos intentar preguntarnos ¿cómo impedir que aparezcan las secuelas por lo
vivido? Y de inmediato corregir tal pregunta, diciendo: ¿cómo impedir que las
secuelas por lo vivido determinen el futuro?
En este ejercicio que pretende formular cuestionamientos que serán respondidos
desde nuevas interrogantes, que en su momento los protagonistas reflexionarán,
podemos continuar preguntándonos: ¿cómo afrontar la concepción estereotipada
del género que sigue considerando a lo femenino-indefenso y a lo
masculino-dominante? ¿Será posible traicionar las ideas que promueven la
seducción delos cuerpos que por ser familiares podrían considerarse propios?
¿Cuáles serán los caminos terapéuticos que nos lleven a trascender la “marca”
que deja el incesto? ¿Qué implicará reconocer que en las familias no ocurre
algo distinto a lo que sucede en la vida social?
Esta es una invitación a continuar haciendo preguntas y buscar respuestas en
cada encuentro psicoterapéutico.
Es una invitación a hacer de la psicoterapia un sitio que nos lleve a mirar
desde esos otros ojos, en los que nos reflejaremos desde las dudas, los miedos
y las intenciones por crear condiciones para que la violencia no prospere ni se
arraigue.
Antes de cerrar con mi participación, quisiera mencionar algunos aspectos
prácticos en el abordaje del incesto:
- Se sugiere mantener una absoluta credibilidad hacia el relato de las víctimas.
- Reconocer que los agresores tienen responsabilidades que no siempre visualizan.
- No indagar en el evento, en cambio centrarnos en los efectos que éste ha propiciado.
- Se sugiere aprender a lidiar con casos clínicos en los que el sufrimiento pierde las palabras precisas para describirlo.
- Conocer los límites de la labor psicoterapéutica.
- Reconocer que el abuso sexual es un delito.
- Ser testigos incondicionales pero no indulgentes.
- Ser nutrientes pero no sobreprotectores.
- Ser directivos pero sin coerción.
Me resta decirles que continuemos trabajando, mirando…aunque nos de miedo o
coraje, continuemos mirando…aquellos protagonistas no son dan distintos a
nosotros.